No existiendo, se han inventado, repetidas veces,
dos tipos de "hombre-dios": el religioso (homb
re superior al hombre, encarnado en el hombre) y el m¡gi
co (hombre con grandes poderes).
Entre los objetivos de utilidad pública de los que se
ocupaba el mago era la obtención de alimentos; propieda
des de las drogas y minerales; causas de las lluvias y se
quía, del trueno y del rel¡mpago; cambios de estaciones
; fases de la luna; jornada diaria y viaje anual del sol;
cambios en las estrellas; el misterio de la vida y de la
muerte, etc.
El mago estaba, pues, encargado de
mandar sobre el clima, asegurando la lluvia adecuada, que
tan imprescindible les era: y en cuanto tales eran "
;hacedores de lluvia". Misión que cumplían mediant
e magia homeop¡tica, salpicando agua, o recurriendo al c
alor y al fuego, si se deseaba que cesaran las lluvias.
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En Dorpar, por ejemplo, Rusia, para producir lluvi
a gateaban tres magos a lo m¡s alto de los abetos de un
bosque sagrado: uno golpeaba con un martillo sobre un cal
dero o pequeño barril para imitar el trueno; el segundo
entrechocaba dos hachones encendidos para que volasen las
chispas, imitando el rel¡mpago; y el tercero, el "
hacedor de lluvia", aspergaba agua en todas direccio
nes, con un puñado de ramitas.
En Ploska mujeres
y muchacas caminaban desnudas por el pueblo, de noche, y
arrojaban agua sobre la tierra. En Halmahera o Gilolo, N
ueva Guinea, el brujo sumergía una rama de ¡rbol en agu
a, y esparcía humedad sobre el suelo. En Nueva Bretaña
envolvía hojas rojas y verdes de cierta enredadera en un
a hoja de pl¡tano, hundía el atijo con agua, y lo enter
raba, imitando el gotear de la lluvia. Los indios omaho,
en Norteamérica, llenaban una gran vasija de agua, y bai
laban a su alrededor cuatro veces; uno absorbía agua, y
la espurreaba al aire pulverizada, imitando lluvia menuda
; después volcaban la vasija, derramando el agua por el
suelo, mientras los danzarines la bebían de bruces, pint
¡ndose la cara con barro. Los natchez de Norteamérica c
ompraban a los hechiceros el buen tiempo, y éstos, si ne
cesitaban lluvia, ayunaban y bailaban con sus pipas llena
s de agua en la boca; pipas perforadas a modo de regadera
, por lo que el "hacedor de lluvia" soplaba agu
a en dirección de las nubes; si quería tiempo raso, sub
ía al techo de su choza, y con los brazos extendidos sop
laba para alejar las nubes. En Angonilandia central, entr
e el río Zambeze y el lago Nyassa, se reunían en el tem
plo de la lluvia, y el jefe echaba cerveza en un pote, qu
e enterraba, mientras imploraba al Señor Chauta para que
les concediera lluvia, a cambio de la cerveza. En Mara,
norte de Australia, el "hacedor de lluvia" se a
cercaba a una charca, entonaba su canto m¡gico, cogía a
gua con las manos, la absorbía con la boca, y la espurre
aba en todas direcciones.
Para cesar lluvias se c
ortaban ramas, se las prendía fuego, y se rociaba con ag
ua la rama ardiendo. O se colocaba la rama ardiendo en la
tumba de quien hubiera muerto de quemaduras, apag¡ndose
también la rama con agua. Los sulka de Nueva Britania c
alentaban piedras en una hoguera, y las exponían a la ll
uvia, o arrojaban ceniza caliente al aire. Los telugus ex
ponían una muchacha desnuda a la intemperie, con una ast
illa ardiendo en una mano. En Puerto Stevens, Nueva Gales
del Sur, arrojaban al aire pelos encendidos. En Anula, A
ustralia septentrional, calentaban un palo verde en una h
oguera, y lo blandían contra el viento.
Los dier
i, Australia central, cavaban una fosa, y sobre ella cons
truían una choza cónica con troncos y ramas; un anciano
sangraba los antebrazos de dos hechiceros, en forma que
la sangre cayera sobre los amontonados en la choza; mient
ras los hechiceros tiraban plumillas al aire. Dos grandes
piedras representaban las nubes, las acarreaban a unos 1
8 kilómetros, y las colocaban sobre el ¡rbol m¡s corpu
lento que encontraban; arrojaban yeso sobre una charca, y
después todos se liaban a testarazos, cual si fuesen ca
rneros. Si ni así llovía, enterrabsan prepucios, se cor
taban la piel del pecho, etc.
En Java dos hombres
se golpeaban la espalda, hasta que fluyera sangre. En Eg
ghiou, Abisinia, se enzarzaban en riñas aldeas contra al
deas durante una semana, y los profetas de Baal se cortab
an también con cuchillas, hasta verter sangre.
E
staba muy extendida la creencia que los mellizos producí
an lluvia, los gemelos atraían salmones, etc. Por lo que
son incontables las tribus que invocaban lluvia mediante
mujeres que, vociferando cantares lascivos y bailando da
nzas indecentes, se reunían en la casa de alguna madre d
e mellizos, vertían después agua sobre las sepulturas d
e los mellizos, y si ni así llovía, era porque esas sep
ulturas no estaban suficientemente húmedas, por lo que s
e les reenterraba en sitio m¡s fresco.
Los grieg
os de Tesalia y Macedonia evitaban sequías mediante proc
esiones de niños alrededor de pozos y manantiales. O des
nudaban a una muchacha, y la recubrían con hierbas, plan
tas y flores, hasta taparla la cara.
En Peonia, I
ndia, también imploraban lluvia mediante muchachos vesti
dos sólo con hojarascas.
Se imploraba ya en estos
tiempos lluvia bañ¡ndose mujeres el día de San Juan B
autista, mientras hundían en el agua un muñeco hecho de
ramas, hierbas y verduras. En Kurs, Rusia, cogían al pr
imer forastero que encontraban, y le tiraban al río, o l
e mojaban bien. En Armenia tiraban al agua a la mujer del
sacerdote, o los ¡rabes del norte de Africa zambullían
en agua al santón. Si araban las mujeres también atra
an lluvia, al igual que muchachas desnudas encima de ape
ros de labranza.
Los difuntos no eran menos, y mu
chas veces se desenterraban cad¡veres, y se colgaban los
esqueletos sobre hojas de taro, ech¡ndoles agua. A vece
s se les tiraba en lagunas o lagos, o se les golpeaba la
cabeza; se colgaban cañas de bambú en las tumbas, se ar
rojaba agua sobre las tumbas, se quemaban los cad¡veres
desenterrados y esparcían sus cenizas al viento, etc.
Muchos animales (serpientes, gatos, ovejas, ternera
s, cabras, bueyes o aves) simbolizaban la lluvia, pero no
especifico ritos, por no ser extenso.
Podía atra
erse también lluvia mediante amenazas y maldiciones, por
lo que en algunas aldeas japonesas hundían im¡genes en
campos de arroz podrido, o los feloupes de Senegambia de
rribaban ídolos, y los arrastraban por los campos, maldi
ciéndolos hasta que llovía.
Los chinos fabricab
an enormes dragones de papel y madera, que representaban
dioses de lluvia, y los llevaban en procesión. Si no llo
vía, los despedazaban y execraban.
Los siameses e
xponían a sus ídolos al sol, o si deseaban tiempo seco
quitaban el techo de los templos: en ambos casos implorab
an agua o buen tiempo importunando a los dioses.
N
o quiero hablar de la fe católica, en la que se implora
lluvia con procesiones, rosarios, cirios benditos, crucif
ijos, flagelaciones,
misas, vísperas, esparciendo
polvo, etc. En Palermo tiraron una vez a San José a una
huerta para que viese su estado, y a veces se ha castiga
do a santos en sus iglesias, poniéndolos contra la pared
, o despojados de sus vestidos,
desterr¡ndolos,
insult¡ndoseles, etc. En Caltamiseta arrancaron las alas
a San Miguel Arc¡ngel, y en Lacatta dejaron a su San An
gel en cueros,
insult¡ndole, y amenazóndole con
ahorcarle o ahogarle.
Conozco otros mil medios m¡
gicos de implorar lluvia, pero paso ya al sol, al que muc
hos magos han creído obligarle a brillar, y apresurar o
detener su diario caminar en el cielo. Los ojebways creí
an que el sol se extinguía durante los eclipses, y dispa
raban al aire flechas incendiarias, para reavivarle. Los
sencis del perú hacían lo mismo, pero para ahuyentar la
bestia salvaje con la que el sol luchaba. Tribus del Ori
noco, en los eclipses de luna, enterraban ramas encendida
s. Los kamtchacos, en los eclipses de sol, sacaban de sus
cabañas el fuego, y se lo ofrecían al sol, para que lo
s iluminase de nuevo. Hombres y mujeres ayudaban también
al sol, en los eclipses, remang¡ndose las túnicas, y a
poy¡ndose en garrotes, andando como si transportaran muc
ho peso, en penitencia hasta que cesaba el eclipse.
En Egipto era el faraón el que caminaba, en procesió
n, alrededor de los templos para asegurar que el sol sigu
iera caminando. Y en la fiesta de la natividad del bastó
n del sol les ofrecían bastones en que apoyarse.
En Nueva Caledonia los brujos llevan plantas y corales a
l cementerio, con rizos de niños, dientes o quijadas de
esqueletos, para que los días sean claros; después depo
sitan plantas sobre una piedra plana en las cimas de los
montes, colocando ramas de coral seco al lado, a las que
prenden fuego al día siguiente. También hacen sequías
mediante piedras circulares con un agujero.
Los i
sleños de Banks hacen brillar al sol mediante soles imit
ados, y piedras redondas llamadas vat-loa (piedras-soles)
, que cuelgan de ¡rboles altos.
Brahmanes y eseni
os han hecho salir todos los días al sol rez¡ndole.
Los antiguos mexicanos llamaban al sol Ipalnemohuani
(aquel por quien todos viven), y le ofrecían corazones,
para mantenerle vigoroso.
Los antiguos griegos cre
ían que el sol caminaba en un carro, y le dedicaban carr
ozas y caballos, como también hicieron los reyes de Jud
¡, espartanos, persas y masagetas.
Otros imaginaba
n poder retrasar o parar al sol, mediante redes que colga
ban de dos torres (Andes peruanos), o captur¡ndole con l
azos. Siendo infinitos los juegos mediante los que esquim
ales y australianos intentaron ayudar al sol.
Tam
bién ha existido magia con la luna, escupiéndole agua y
tir¡ndole ceniza para extinguir su brillo; piedras para
acelerar su movimiento, etc.
En cuanto al viento,
también pueden dominarlo.
Los yakuto hacen sopla
r viento frío mediante piedras que dicen haber encontrad
o en el interior de animales o peces, que rodean con crin
es de caballo, y las atan a un palo; si quieren nueve dí
as de este viento, sumergen las piedras en sangre de aves
o animales, y las presentan al sol. Si un hotentote quie
re calmar al viento, cuelga su piel m¡s gruesa en una p
rtiga. Los brujos fueguinos tirar conchas a contraviento
para calmarlo. En Nueva Guinea producen viento golpeando
piedras, y en Escocia las brujas remojaban trapos, que g
olpeaban tres veces sobre piedras. En Groenlandia suponen
que las embarazadas aplacan tormentas. Sopater, en tiemp
os de Constantino, fue condenado a muerte por atar al vie
nto, deteniendo a los barcos. En Bizancio los hechiceros
vendían viento a los marinos, encerrados en tres nudos:
el primero producía viento moderado, el segundo ventarr
n, y el tercero hurac¡n. Los estonios atribuyen reúmas
a maquinaciones de brujos fineses con el viento, y atrib
uyen a veleros fineses los vientos que les son desfavorab
les. Los marinos de Shetland también compran viento anud
ado a pañuelos y cuerdas, y se dice que las viejas comad
res de Lerwick viven de vender vientos. Los motumotu de N
ueva Guinea creen que las tormentas las envía un hechice
ro de Oiabu; en Togo el fetiche Bagba manda vientos y llu
via, y sus sacerdotes tienen encerrados vientos en grande
s pucheros. Los vientos tormentosos son espíritus malign
os, que se combaten con magia. Y son incontables los pueb
los primitivos que combaten al viento con lanzas, espadas
, machetes o cuchillos.
Poss
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