Amatlán, Morelos.- Don Aurelio Ramírez Cázares tiene 48 años de médico tradicional y 30 de espantar granizo, lluvias y vientos dañeros, pero se ha impuesto un reto superior: "desviar un huracán como los que cada año azotan las costas de México".
Sin embargo el conocido granicero morelense no piensa que pueda emprender solo tal proeza porque sabe que dichos vientos son muy grandes en comparación con las trombas y víboras de agua que con frecuencia maneja en Morelos.
"Un día voy a juntarme con dos tiemperos del rumbo, quizás de Tetela, Chalcatzingo o Hueyapan, para irnos a Veracruz o Guerrero y ver si podemos quitarle fuerza a uno de esos grandes huracanes que tanto daño hacen a la gente", comenta.
¿Es realmente posible controlar un fenómeno metereológico de esa magnitud?, se le pregunta para medir su grado de seriedad y confianza en la vieja "ciencia mágica" prehispánica de uso extendido en gran parte de la República Mexicana.
"¿Por qué no, si podemos hacerlo con trombas y víboras de agua grandes? Todo es cosa de probar si varios graniceros, juntando fuerzas y con la ayuda de Dios, podemos con un viento grande. Sólo hay que intentarlo", insiste.
Luego, para dar verosimilitud a su trabajo, explica que la misión de un granicero es parecida al de un "pararrayos" o al de un vector de energía cuya función específica consiste en saber inducir o "manejar" ésta hacia donde no haga daño.
"Uno puede manejar el viento y el agua, que junto con el fuego son expresión del tiempo -explica don Aurelio- porque desde que pasó la prueba del rayo nuestro cuerpo y mente están preparados para jalar la energía y llevarla donde uno quiere.
"Es un don que se recibe desde pequeño. Yo lo obtuve a los siete años aquí, en Amatlán, cuando me cayó un rayo y sobreviví a su golpe. Venía de Yautepec con mis padres un día de tormenta cuando se vino encima el relámpago.
"Iba montado en una mula y varios metros atrás caminaban mis padres, quienes al llegar al lugar donde cayó el rayo encontraron la bestia muerta, un árbol quemado y todo alrededor quebrantado. Yo estaba inconsciente pero no muerto.
"Duré tres días aturdido y espantado, recordando que poco después del trueno había visto una intensa luz blanca y una lluvia de chispas luminosas que me cegaron. No recuerdo más nada, salvo cierto dolor de cabeza y mucho miedo".
Don Aurelio, de 65 años de edad y maestro de lengua náhuatl en la Sociedad de Solidaridad Social Atekókolli (caracol de agua), aclara que pasaron 28 años para saber que poseía un don con el que podría manejar el "rayo, el viento y el agua".
|"Mis padres, don José Ramírez y doña Angela Cázares, ambos curanderos tradicionales por herencia familiar de varias generaciones atrás, sabían que lo había recibido pero no me lo dijeron porque yo mismo tenía que descubrirlo"
Recuerda que su reconocimiento del "don del rayo" fue lento pero no la aparición de algunos "poderes especiales" que a partir de los ocho años comenzaron a llamar la atención de sus padres, hermanos, compañeros de escuela y de él mismo.
"Todo se me facilitaba. Si tenía que buscar un animal perdido en el monte sabía dónde encontrarlo, mis plantas se daban con abundancia. Mis pacientes se curaban bien y rápido, porque entonces empecé a hacer limpias y a curar con yerbas.
"También soñaba con frecuencia que podía parar el aire, bajar la lluvia, aventar lejos un ventarrón o jalar un rayo. Es decir, en sueños y a veces en vigilia a manera de ocurrencia, tenía idea de lo que podía hacer, pero no sabía que estaba dotado para ello.
"Lo único que mi padre me decía con relación al don del rayo era que le gustaba andar conmigo porque le daba seguridad y suerte. Fue hasta que tuve 35 años cuando unos danzantes que vinieron a celebrar a Ce Acatl Topiltzin Queztalcóatl me dijeron que era
granicero".
Don Aurelio Ramírez Cázares no guarda secretos acerca de su oficio y no le molesta que lo llamen "brujo" o "hechicero" porque asegura que nada de lo que hace tiene como finalidad hacer daño a nadie, incluidas las tempestades que "espanta" a otros lados.
En tres décadas de oficiar como granicero en el Popocatépetl y en Zempoala, ha encabezado ritos en el Valle del Yaqui, Teotihuacán, Canadá y cada año viaja a la reservación indígena de San Benito, Brownsville, Texas (EU), para hacer llover en el desierto.
"Lo que nos da poder es la energía cósmica. Yo atraigo ésta levantando las manos al cielo, al mismo tiempo que invoco a Dios, al Padre Sol, Tláloc y Queztalcóatl. Después de sostenerme en esa posición siento cómo la energía entra a mis manos, brazos y cuerpo.
"Esta se deja sentir como un cosquilleo y luego, cuando ya está uno cargado, se siente un gran dominio sobre las cosas. Entonces agarro un cirio y un manojo de yerbas olorosas (albahaca, ruda, romero y laurel) y los levanto al cielo", añade don Aurelio.
La dirección del conjuro mágico es diferente según el tipo de amenaza contra cultivos y pueblos. Si las nubes están cargadas de hielo o traen mucho agua, se les "ordena" alejarse y si el problema es falta de lluvia, la demanda es que "suelten su carga".
"Así manejaban el tiempo nuestros antepasados y lo seguimos haciendo; no falla", dice el prestigiado granicero, quien colabora como asesor del Instituto de Cultura de Morelos (ICM) y la Dirección General de Culturas Populares e Indígenas (DGCPI-Conaculta).
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